
Señor te doy gracias por...
Tu amor;
la Vida;
el aire que respiro;
el amanecer y todo lo creado;
Tu misericordia;
los reencuentros, y el perfume de la acacia;
los amigos,
y el abedul frente a mi ventana.
Por la Fe, y el dolor del crecimiento;
este sitio de pájaros y brumas,
y el vibrante verdor de los helechos
en el bosque tranquilo.
Y por el cielo,
intenso y azul,
de las últimas tardes de febrero.
Te doy gracias por todos los lenguajes,
por la forma, el color,
por el sonido,
y el milagro inescrutable del silencio.
Por los días largos de verano,
y este instante suspendido
de los siglos, cual ofrenda del tiempo.
Gracias por las horas de sosiego,
y el deseo de orar;
por poder escuchar a mis hermanos,
y sentirte palpitar en sus anhelos.
Digo gracias por todos los sentidos;
por el signo de la imagen;
Tu llamado incesante,
y Tu poder aquietando, compasivo,
mis oscuras rebeliones
y mis miedos.
Por Tu voz recorriendo mis entrañas,
y el latido de la sangre;
y Tu amor sin fronteras redimiendo
cada átomo de mi alma y de mi cuerpo.
Gracias, digo, por la unión de lo disperso.
Por el fuego inextinguible de Tu pulso
penetrando el corazón del universo...
Quercus. Patagonia, 1992.
Aquí está todo, para agradecer; en este lugar bendito.