




Hoy comienza para nosotros (los del sur), el Invierno Patagónico. Y debe ser escrito así, con mayúscula porque es un tiempo tan bello como las otras tres estaciones del año. Al igual que ellas, su signo es la abundancia: Abundancia de pájaros que bajan a los valles para deleitarse con la superabundante presencia de semillas de la flora nativa. Abundancia de matices del gris y del
blanco; ¿increíble? Es que el blanco de la nieve cobra un matiz distinto según su espesor y las características de la superficie sobre la que se deposita. Y el gris de las nubes es tal, dependiendo de sus variadas y abundantes formaciones, y de las alturas por las que navegan impulsadas por los potentes vientos patagónicos.
Abundantes y variadas también, son las estructuras leñosas de árboles y arbustos que en esta época del año entregan generosamente su follaje para nutrir este suelo bendito. Esas apariencias de esqueletos desnudos, lejos de indicar algún modo de "fin", anuncian durante su reposo, el impulso abundante de la vida, que nos sorprenderá con su explosión colorida y luminosa en apenas tres meses.
Y así como hay lluvias abundantes que alimentan toda clase de espejos de agua; también cuando
aparece el sol por varios días, abundante es el deshielo que alimenta los arroyos y los ríos.
Y hay una herbácea, que si bien no es silvestre, abunda en los jardines por lo propicio que le es
este clima. Es el crisantemo amarillo, que no se cansa de florecer, desafiando el cuadro invernal
con su profusión de soles diminutos.
Pero la apoteosis de la abundancia comienza con la lluvia dorada que forman las hojas y semillas del abedul, árbol mágico y abundante en estas regiones, predilecto de los pájaros más pequeños, debido entre otras razones( que habría que preguntar a esos pájaros) al tamaño casi intangible
de sus semillas.
Y la última abundancia que quiero señalar es la de la alegría y agradecimiento que encuentro en mi corazón por estar aquí.