
Sobre un fondo de cielo liso y gris, luminoso y quieto, se imprimen los esqueletos multiformes de los amados árboles.
Cada uno a su ritmo, con variados movimientos, según el diseño de sus desnudas ramas, vibran y transportan los mensajes diversos, atravesando los velos de la lluvia o los cristales breves de una nieve tímida.
En los arbustos la agitación es más visible porque la mayoría de ellos han conservado sus hojas, que al contacto con las gotas y el viento ligero, son cautivas de un leve temblor.
Y en los inmensos charcos la lluvia ejecuta una casi silenciosa melodía de círculos concéntricos, que se intersectan armoniosamente sin interrupción.
Los abedules del jardín, delicadamente majestuosos y casi alineados, envuelven el espacio con gesto paternal.
Todo está investido de esa extraña luz, de que es portadora el agua de la lluvia.
Y los sonidos, como los aromas, son casi imperceptibles; pero aún así invaden la atmósfera con presencias sutiles y heladas.
Hoy..., es todo el invierno.

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